lunes, 7 de julio de 2014

Impulsos.

No me arrepiento de llamarte
de madrugada 
para contarte cuánto mide mi enfado
y cuánto pesa mi orgullo, 
para decirte que mañana 
seguiré ladrando que no quiero verte,
para mendigar tus disculpas
y entonces,
sólo entonces,
ser capaz de ceder.

Los innumerables fracasos

para terminar con una conversación
me dan la victoria 
sobre esa sal en tus heridas 
de la que a veces soy responsable.

Por cierto,

no es que me guste constatar
dónde está el límite
de tu paciencia
o de los decibelios de tu voz
cuando te desesperas,
pero he comprobado 
que la primera, por suerte, no lo tiene
y los segundos suben
sólo hasta que me rozan
atormentados
implorando un armisticio.

Tregua concedida, 

sólo quería aclarar 
que soy un bombardero 
con un secreto:
a veces me gusta refugiarme en un búnker,
en tu búnker,
y dejarme de granadas.