Qué domingo tan lleno de vida, y qué noche tan oscura. Me oprimen las costillas aunque hayas plantado flores,
porque después de tirarte los trastos
a la cabeza
quiero lanzarte la boca
al cuello.
Devorarte hasta no dejar ni los dedos de los pies, para que
asustes a la melancolía, que me ha echado raíces y yo no la echo ni a patadas.
-Está bien; la
riego un poquito, pero muy poquito, de verdad-
Vernos decidiendo el futuro y la gente pensando que ya lo
hemos alcanzado, mirando esa manita de casi cinco años que agarraba la tuya. Y
los dos riendo. Y tú tan tú, y yo tan yo. Y fíjate qué raro: no hemos discutido
esta vez.
-En las cosas
serias te respeto. Por tonterías, un huracán-
Una vez fui tan sagaz como para volver, y nunca más nevó. Y tú has sido tan... ¿desequilibrado? como para no levar anclas y tirar la brújula al mar, aunque no te coja el teléfono cuando sólo llamas para decir que me quieres.
Que me quieres.
Me quieres.
Te quiero.
Nunca habrá una tregua; olvídate si es lo que quieres. Pero a cambio…
No se me dan mal los juegos de niños, ni los animales, ni las palabras
encadenadas a tu garganta. (Como yo).