“Te escribo desde un portal de Florencia. Estoy en una calle que
desconoces, en un barrio cuyo nombre ignoras. Y así seguirá siendo, porque
quiero presentártelos personalmente. Es mi undécimo día aquí con el frío pegado
a mis talones, y el viento creyendo ser tus
caricias en mi rostro. Aún enciendo al atardecer una vela en el salón por cada
pesadilla que tuve la noche anterior, como solías hacer tú (y apuesto a que aún
harás). Tú y tus supersticiones, tú y tus empeños en quemarlo todo con velas e
incienso.
Esta noche lucen tres. Y quiero contártelas todas.
En el primer sueño aparecías tú, cómo no. Tú me mirabas
entre cientos de ojos más que contemplaban mi éxito en el escenario. Pero
llorabas. Llorabas y te juzgaba egoísta por no compartir la sonrisa del
público. Llorabas y te esfumabas. Y contigo la gente a mi alrededor, el telón y
las butacas. Quedaba la nada, y yo atrapado en ella e inmóvil por toda la
eternidad.
En el segundo corría por el Ponte Vecchio perseguido por algo,
con el corazón desbocado. La gente se apartaba a mi paso con semblantes
horrorizados. Pero el puente no terminaba nunca. No barajé otra posibilidad y me tiré. Creo que caí
durante horas. Desperté sudando.
La última pesadilla estaba llena de aves que volaban hacia
el norte a morir de frío. Intentaba atraparlas, cazarlas, darles muerte
yo mismo para evitar que se congelaran lentamente. Pero no lo logré. Se helaron
sus alas.
Quizá me esté volviendo loco porque tus cartas han dejado de
llegar. Quizá me sienta culpable. Quizá tenga la culpa. Quizá me haya
equivocado.
Hace demasiado frío para interpretar todas esas señales.”