de espaldas al árbol.
Hojas de siete colores, inmortales,
salvando un descuido intencionado.
Veo una película antigua, un carrete quemado.
Una vida atada de pies y manos
si le faltan los sueños
y le sobra el insomnio.
En mis ojos colinas
de lluvia,
del jade que quiso sanar
mi corazón en cuerpo ajeno;
de letras
que forman palabras imposibles,
sentencias de muerte irreversibles,
porque siempre podemos reencarnarnos
- en nosotros mismos,
tocar las nubes
que han cobrado sentido
y penden del azul,
de la obsidiana-
Ahora me rima el vestido
con las uñas,
con el deseo
y con el latir.