miércoles, 31 de diciembre de 2014

MMXIV

De nuevo un final
en verso libre,
sin apenas percatarnos
-o aunque apenas me haya percatado-.

Hemos visto tanto en un puñado de meses,
hemos sentido tanto,
que ahora la línea vital no tiene altibajos
sino rizos pronunciados
adornando las costuras.

Hace un año él y yo ardíamos
por distintos motivos,
y hoy,
después de que sus ojos ya no piensen igual,
después de que recoger los destrozos,
después de besar la razón
por  no haberla visto antes,
es música el crepitar del fuego,
porque hemos ardido juntos
y vuelto a nacer.

Cómo no
trescientas sesenta y cinco lunas se visten de lecciones,
de rostros con dolor y gestos compasivos,
de personas que te tienden la mano 
       aunque la pierdan después,
de cuerpos que no saben qué va a ser de ellos
ni les importa,
porque tienen rabia en vez de huesos,
y sólo respiran su aire
creyendo no ahogarse así.
Lo siento,
os ahogaréis.

Trescientos sesenta y cinco cielos azul turquesa,
marino,
grises.
Defectuosos, como uno mismo.
Aunque si tu familia no se limita a tu sangre,
si no cuentas a los tuyos
con los dedos de las manos,
los defectos son tolerables
y hasta perder el norte cobra sentido.

No, eso no,
el norte jamás perderlo,
con sus refugios y su oxígeno,
con su gente, su verde,
su sidra, su aroma.

Me llevo a la espalda
fortuna en abundancia,
un par de golpes de realidad,
y los ojos bien abiertos,
además de poesía bajito
y en secreto;
lluvia para mi jardín.

Gracias.