lunes, 2 de febrero de 2015

Florencia epistolar.

“Te escribo desde un portal de Florencia. Estoy en una calle que desconoces, en un barrio cuyo nombre ignoras. Y así seguirá siendo, porque quiero presentártelos personalmente. Es mi undécimo día aquí con el frío pegado a mis talones, y el viento creyendo ser  tus caricias en mi rostro. Aún enciendo al atardecer una vela en el salón por cada pesadilla que tuve la noche anterior, como solías hacer tú (y apuesto a que aún harás). Tú y tus supersticiones, tú y tus empeños en quemarlo todo con velas e incienso. 
Esta noche lucen tres. Y quiero contártelas todas.
En el primer sueño aparecías tú, cómo no. Tú me mirabas entre cientos de ojos más que contemplaban mi éxito en el escenario. Pero llorabas. Llorabas y te juzgaba egoísta por no compartir la sonrisa del público. Llorabas y te esfumabas. Y contigo la gente a mi alrededor, el telón y las butacas. Quedaba la nada, y yo atrapado en ella e inmóvil por toda la eternidad.
En el segundo corría por el Ponte Vecchio perseguido por algo, con el corazón desbocado. La gente se apartaba a mi paso con semblantes horrorizados. Pero el puente no terminaba nunca. No barajé otra posibilidad y me tiré. Creo que caí durante horas. Desperté sudando.
La última pesadilla estaba llena de aves que volaban hacia el norte a morir de frío. Intentaba atraparlas, cazarlas, darles muerte yo mismo para evitar que se congelaran lentamente. Pero no lo logré. Se helaron sus alas.
Quizá me esté volviendo loco porque tus cartas han dejado de llegar. Quizá me sienta culpable. Quizá tenga la culpa. Quizá me haya equivocado.

Hace demasiado frío para interpretar todas esas señales.”

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