domingo, 20 de abril de 2014

De vuelta.


Cómo contamina el aire de esta ciudad después de respirar en el paraíso. Qué corta se hace la estancia bajo el techo indeciso que cubre nuestro valle, y qué poco echaba en falta el encanto de Madrid. 


El tiempo ha ganado la carrera, pero ha llenado aún más el jarrón de los kilómetros recorridos en tu moto y en tus labios. Porque existen pocas cosas más bellas que compartir el café cada mañana y la cama cada noche. Y pocos remedios alivian más que dejarnos arropar por la risa cálida de los nuestros en ese clima frío, y que cale hasta los huesos el agradable ambiente.


Esta noche te confundo con las sábanas que me cubren. Echo de menos mirarte grabando a fuego tus rasgos en mi retina, preguntarte en qué piensas, comprenderte, exigirte, contarte, besarte. Porque las buenas noches al oído saben mejor, y todo aquello que es nuestro y sólo nuestro me deja un vacío abismal si no te tengo tan cerca que pueda olerte. 


Contigo, todo contigo. Viajar en coche o con un libro en la mano, sentirte cuando despierta mi cuerpo, ser tu lugar favorito para hacer confesiones. Te buscaré mil veces para escucharte con el monte detras de ti, y el mar a mi espalda. Y gritaré locuras contra el viento, pero sin soltarte jamás para no probar eso a lo que llaman miedo. 


Hiciste especial mi día, me regalaste más de lo que piensas y más de lo que pretendías. Y qué bonita esta segunda primavera a la que podemos llamar nuestra. Probablemente ahora pienses lo mismo, pero sin poder compartirlo mirándome a los ojos. Aun así, es fácil dejarse llevar y perder la vida colgada de tu cuello si somos dos, ahora que hemos aprendido qué pide el corazón cuando late tan fuerte, ahora que nos entendemos hasta en sueños y seguimos completando los rincones de todo lo que nos haces más vivos.


Ojalá no estuviéramos aquí, ni así. Pero tus palabras siempre me calman.

"Para volver, primero hay que marcharse".

No hay comentarios:

Publicar un comentario