sábado, 13 de septiembre de 2014

El vacío.

Aún no conozco el nombre de aquello que sin querer se quiebra una y otra vez, sólo por disfrutar del placer de una recomposición. Pero existe. 

Existe, y en ocasiones casi puedo palparlo, aunque a veces se me aparezca como la sombra de otra sombra en la penumbra más absoluta. Así, imperceptible, anulando cualquier indicio de buena voluntad.

Es demoníaco, posesivo y el eterno lastre que toda inseguridad acarrea. Es vacío, es frialdad. Es miedo, el muy cabrón. 

Así que aseguraos de que echáis bien la llave, que aprovecha cualquier boca abierta para colarse y  deleitarse con el caos que va sembrando. Le gusta hacer ladrar acusaciones a nuestras caldeadas cuerdas vocales.

Y por experiencia sé que huye con un atisbo de paciencia o de intención. Y deja siempre tras de sí una útil moraleja.




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