miércoles, 5 de marzo de 2014

Lo que cuentan tus ojos.

"Ella me sorprendió cuando yo la esperaba entregado -para el agrado de ambos- a una de sus pasiones, la lectura. Sentí su presencia cuando llevaba unos segundos mirándome maravillada por la imagen que estaba contemplando su verde mirada. Tras un beso breve cogí su mano para caminar, y poco importaba hacia donde nos dirigiéramos. Hablé entusiasmado de detalles sobre mi nueva vida, con la certeza de que todas mis palabras serían de su agrado. Ella escuchaba paciente y distante a la vez, mientras entrábamos en diferentes establecimientos sin encontrar lo que buscaba. Y no me importó, porque cuanto más tardáramos en encontrarlo más se prolongaría ese paseo que me concedía un tiempo precioso para transmitirle mi ilusión por cada cosa que trato de cambiar. Y cuando llegamos a casa con las manos aún entrelazadas me dispuse de inmediato a complacerla con detalles, y junto a ella puse las primeras piedras del majestuoso castillo que será nuestro futuro. Y perdí la cuenta de los besos que me negó, y de las pequeñas puñaladas de rencor que salían de vez en cuando de su boca, porque sabía que no tenía intención de causar daño alguno, y porque lo único que me importaba era que ella estaba allí, a mi lado. Seguí después sus pasos hacia la despedida, regalándole un pedacito de mi amor en forma de dulce porque sé de qué manera le pierde el chocolate, y de nuevo tomé su mano para dejarla donde había aparecido unas horas antes. Y entonces fue ella la que habló con admiración de todo lo que había aprendido a lo largo del día, me hizo preguntas, me dio respuestas, y disfruté más que nunca de todas y cada una de las palabras que pronunciaba. Removió por unos minutos nuestro dolor por mis errores, aunque eso solo sirvió para estarle más agradecido. Pero la noche culminó con la melodía de su risa, esas carcajadas sinceras que verdaderamente echaba en falta, casi tanto como su olor. Me besó al despedirse como había prometido, y yo la correspondí con cien besos más, lentos y suaves, porque no pude parar de saborear esos labios que llevaba sin probar lo que para mí era una eternidad. Acaricié su rostro sin prisa, pensando una vez más que no podía dejarla marchar nunca. Y sin embargo me deleité con sus pasos cuando se alejaba de mi, mientras yo empezaba a contar los minutos para tenerla de nuevo entre mis brazos."

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