lunes, 17 de marzo de 2014

Seguir encontrándonos.

Una breve escapada de esas que astillan el corazón al regresar, tan necesaria como la brisa en verano. Desaparecimos en medio de la nada, con la cabeza vacía de preocupaciones. Nos perdimos en nosotros, nos encontramos para no dudar. Sentados frente a un fuego que conjuntaba a la perfección con el helado atardecer, abrimos huecos entre las conversaciones que iban y venían para imaginarnos el futuro en voz baja. Las llamas perdían fuerza mientras nos la daban a nosotros, y compartimos el colchón para enredarnos, para confundirnos, para recorrernos con la mirada. Me vestí con tu piel y busqué tu calor sin querer cuando la noche se asentó tras las ventanas. Te rastreé tantas veces que fue imposible enumerar tus desvelos por mis caprichos, sin yo darme cuenta y sin que a ti te molestara. Y soñamos juntos, suplicándole calma al reloj para que no rompiera ese momento de delicada fortuna, pidiéndole que siguiera curándonos con esa eficaz terapia. Despertamos con la certeza de que sin abrir los ojos nos bañaríamos en palabras dulces y sinceras, y hoy cambiaría el mar por que sea tu voz lo primero que escuche cada mañana. El sol nos llamó para contarnos a qué sonaba la alborotada tranquilidad del paisaje que cubrió durante horas, y se casó con nosotros a lo largo del día enrojeciéndonos, calentando el asfalto que pisábamos. Nos sentimos, nos besamos en cada bar, una vez por cada cerveza servida. A pesar de avivar en alguna ocasión el huracán de los conflictos internos y de las disputas de dos, y pese a que enunciamos por ello ideas aterradoras y carentes de sentido, nos mantuvimos dentro del distrito que tiene como ley aprender a amarse de la mejor manera. El tiempo se escapó por la puerta de atrás sin avisar, y volvió brevemente a oscuras en forma de kilómetros de más, en los que cayó un aguacero de ganas de alargar los minutos que quedaban para disfrutar de la ternura de mi mano acariciando la tuya.

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