lunes, 24 de marzo de 2014

Los de siempre.

Los viajes revelan que hay personas que van y vienen, otras que vienen y nunca se van, y algunas que ya no vienen porque eligieron irse. Y en mi caso los vaivenes rara vez son producto de mi propia voluntad, porque por desgracia hay muchos motivos que pueden empujar a cualquiera a abrazar la distancia, en términos espaciales y emocionales. Sin embargo hay situaciones en las que es mejor así; se agradece que se rompa un vínculo, es necesario. En otras ocasiones puede perseguirnos el fantasma de algo que nos complacía y se esfumó irremediablemente.

Hoy sé cuantas veces atraqué mi velero en muelles equivocados, y por ello me agrada saber también que en el puerto por el que me gusta pasear puedo contar con los dedos de la mano los buques de acero de los que dispongo para salir a altamar cuando así lo desee, sabiendo que comenzaron siendo modestos barquitos de pesca. Y aunque jamás cerraré las puertas a nadie que quiera ser parte de vivencias gratas, soy consciente de que poseo monedas tanto de reluciente oro como de peligroso cristal.

El oro es codiciado, es auténtico, perdura, y cierto es que puede sacarte de más de un aprieto. El cristal en cambio es traicionero, corta si no eres precavido, y puede quebrarse en cualquier momento. Yo no necesito bañarme en oro, ni deseo nadar en un océano de cristales. Sólo espero seguir siendo capaz de diferenciar en qué morada puedo refugiarme si me siento herida, independientemente de su fachada. Y ahora agradezco tener a esos cuatro gatos a mi lado de forma incondicional, porque aunque algunos vistan con frecuencia un disfraz, sé que se lo quitarían si les pidiera ayuda, debido a -o a pesar de- todo lo que hemos compartido.


Con kilómetros de por medio o sin ellos, la fortuna me ha acompañado en este aspecto. Los individuos más humanos, en el mejor sentido de la palabra, clavaron su bandera en el campo de la lealtad. Y con el corazón en la mano declaro que siempre que deambulemos por la misma senda, la fidelidad y el aprecio serán recíprocos.

1 comentario:

  1. La mejor morada donde refugiarse está siempre donde están las raíces de uno. Esos nunca fallan. Los que vinieron y se fueron, nos abrazan con el recuerdo de momentos pasados. Los que están por venir, simplemente están por llegar. Un abrazo Ana ;)

    ResponderEliminar