martes, 6 de mayo de 2014

Fragmento de una historia.

“Solía pensar
en su facilidad
para
convertir
un momento 
corriente
en algo 
extraordinario.

Simplemente
con que mi cabeza 
reposara
sobre su vientre
–liso, fuerte, perfecto-
veía el mundo
desde una perspectiva
fascinante,
y el techo
de su habitación
era
desde ahí
un hermoso paisaje.

Cada calada
sabía distinta,
llevaban
un pedacito
de las horas
que acabábamos de compartir,
con un toque
de incierto
y excitante
futuro.

Nuestras bocas
hablaban
de todo y de nada,
sedientas de palabras
que dieran algo de sentido
a la demencia
que conllevaba
una pasión tan intensa,
relamiéndose
por el sabor que dejan
siempre
aquellas cosas
que nadie sabrá
 jamás.

La tarde voló,
la noche
no llegaba,
y entre la confusión
de tanta luz
que entraba por la ventana
estábamos nosotros
pensando con claridad,
dejándonos flotar
en el agua del después.

No había distancia,
ni física
ni mental.

La respiración 
acompasada
era el ritmo
de nuestra canción,
y teníamos
 –y tenemos, y tendremos
tatuada la letra
en nuestras pieles
sin necesidad 
de decirnos
nada”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario