sábado, 31 de mayo de 2014

Escritos de posguerra.

Cada viernes soy
-por la noche-
un árbol al pie de un volcán
en erupción,
y la lava
hace estallar mi cuerpo
en llamas.

Cada viernes eres
-por la noche-
un caballo tirando
de las ganas
de que crea
en ti
y de la impotencia
de que no sea
así.

Cada viernes somos
-por la noche-
dudas amarradas
a un muelle de papel,
libros rotos,
un cartel de advertencia:
"Cuidado, alta tensión",
dos cuerpos suicidándose,
cayendo
al fuego
de la ira descontrolada.

Pero
después,
el sábado soy
-por la mañana-
un pájaro de vuelta 
a su nido,
la marea cuando baja,
alguien que asesina
al color gris
de las nubes de tormenta.

Después
el sábado eres
-por la mañana-
arena fina,
vidrio frágil,
alguien que celebra
la muerte
de ese maldito
color gris.

El sábado somos
enredaderas,
una bandera blanca
de rendición,
aguja e hilo.
De nuevo
somos
nosotros.

Y juro
que me estrellaría
cada noche
contra cualquier guerra
para poder escribir
al día siguiente
desde esta paz,
para esta paz,
por esta paz,
sobre esta paz.




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